La peor persona del mundo – reseña

De crisis, amor y la libertad de ser uno mismo

Después del éxito que tuvo con Thelma (2017), esa especie de coming of age con tintes de terror y thriller psicológico bastante sutil y elegante, el realizador Joachim Trier regresa a sus bases para centrarse de nueva cuenta en Oslo como esa ciudad donde todo pasa y así completar su trilogía con un filme que habla de la búsqueda del amor y de la identidad de uno mismo en medio de esta urbe.

Después de la tragicómica Reprise (2006) y del drama basado en la novela Fuego Fatuo de Pierre Drieu LaRochelle, Oslo 31 de Agosto (2011), el danés ahora decide contar la historia de una mujer llamada Julie (Renate Reinsve) que pareciera no saber lo que quiere en su vida. Pasa de una carrera a otra, no tiene una relación estable hasta que, de repente, conoce a dos hombres con los que su búsqueda de identidad y amor irá encontrando su camino.

Eso a grandes rasgos es La Peor Persona del Mundo, un interesante filme disfrazado de una comedia romántica dividida en capítulos que van desde el desarrollo de nuestra protagonista, Julie, hasta algunos episodios que funcionan como declaración de creencias o críticas sociales que complementan este relato de experimentación con un valor cinematográfico interesante que sin duda la pone como digna competidor de las temporadas de premios.

Reinseve, cuya actuación le valió llevarse el premio a Mejor Actriz en el pasado Festival de Cannes, demuestra una bella versatilidad que va desde la inocencia hasta la insolencia, donde sus actos erráticos parecieran ser las peores decisiones que podría tomar en su vida pero que, poco a poco, la van forjando. Su encuentro con Aksel (Anders Danielsen Lie, actor que forma parte de toda la trilogía Oslo en diferentes roles), este maduro escritor de historietas la lleva a tener una sensación de estabilidad que pareciera no encontrar.

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Sin embargo, la cotidianidad, las diferencias de opinión y otros factores llevan a Julie a sentirse insegura, por lo que al encontrarse con Eivind (Herbert Nordrum), un mesero casi de su edad, experimenta una sensación diferente en esa constante búsqueda de uno mismo que conlleva el madurar en una fórmula similar a una comedia con un trío amoroso con un giro interesante.

Y es que a diferencia de las comedias románticas habituales, aquí Julie no se deja ni piensa definirse por lo que le ofrece su pareja. De alguna manera, sus constantes cambios y dudas la hacen mucho más humana y real que cualquier otra mujer en este tipo de cintas. Los tropezones, las dudas e incluso la relación con ellos y su padre son sólo factores en una especie de búsqueda de emancipación, donde ni el amor ni nada podrán definir lo que es ella.

Esta complejidad en el guion es digna de aplauso. A través de estos 12 capítulos con todo y un epílogo digno de recordarse, vemos ese crecimiento de Julie que poco a poco aprende, crece y se vuelve ese libre espíritu con voz propia. Esa transición no está exenta de comentarios mordaces en contra de la cultura de la cancelación o un enfoque de empoderamiento poco usual. Pero la esencia del relato persiste en este viaje que la protagonista emprende, en una celebración de vida y hasta de la muerte, dejando entrever que todos alguna vez hemos sido la peor persona del mundo en nuestras vidas.

Cinematográficamente, Trier ofrece secuencias maravillosas que le dan un toque mágico a esta tragicomedia, desde una ciudad detenida por un momento para capricho de la protagonista hasta puntos en los que se atreve a romper la cuarta pared con el espectador. Esto, aunado a una narrativa de alguien en primera persona, como un observador que no interfiere sino sólo cuenta, a veces incluso en retrospectiva, las vivencias de Julie, hacen que la cinta ofrezca una experiencia muy interesante.

Conclusión

El cierre de la trilogía Oslo nos recuerda que nadie es perfecto, que todos de alguna forma nos perdemos en el camino y que, como dice el dicho, ‘nadie es monedita de oro’ en este mundo. Pero sobre todo, La Peor Persona del Mundo nos recuerda que todos, como Julie, estamos en la búsqueda de un camino, de una identidad y de una sensación de libertad acerca de lo que hacemos que va más allá de los prejuicios morales, mostrando que entre aciertos y errores (o uno que otro mal romance) . 

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