Pobres criaturas – Reseña

Una visión femenina del Moderno Prometeo

Más de cien años han pasado desde que Mary Shelley impresionara a todos con la impresionante historia del Moderno Prometeo, mejor conocida como Frankenstein. Mediante el estilo gótico característico de esa época, la escritora planteó temas tales como la moral llevada al ámbito científico, así como la creación y destrucción de vida y, literalmente, el afán de la humanidad por querer jugar a ser Dios. Convirtiéndose en una influencia para muchos amantes del terror y de la ciencia ficción, el texto llegó a una reinterpretación muy steampunk en plena década de los noventa de la mano del escocés Alasdair Gray, que dio origen a la novela Pobres criaturas. 

Ahora, el cineasta y guionista griego Yorgos Lanthimos (La langosta, 2015; El sacrificio de un ciervo sagrado, 2017) vuelve con otra mirada provocadora al darle vida al relato de Gray de forma llamativa, creando así un halo alrededor de Bella Baxter (Emma Stone) de una visión femenina del Moderno Prometeo que nos lleva a las épocas victorianas e ira más allá de los dilemas éticos y morales antes mencionados, convirtiendo a Bella no en un monstruo rechazado por la sociedad con ganas de vivir, sino en una mujer que aprende a ser libre, a no depender de nadie, a empoderarse a través de los actos menos pensados.

El guionista Tony McNamara, que regresa a colaborar con Lanthimos y Stone después de la aplaudida sátira mordaz La favorita (2018), toma eficientemente a Bella, una niña encerrada en el cuerpo de una mujer debido a los extraños experimentos de su “padre”, el Dr. Godwin Baxter (Willem Dafoe), científico que juega a ser Dios (nótese el acrónimo de las primeras tres letras de su nombre, God) y reanima el cuerpo de una adulta fallecida con el cerebro de un bebé recién nacido pero con un giro más retorcido. Hasta aquí todo nos remite a la obra original de Shelley, pero es en el crecimiento de ella y su despertar a la razón que todo cambia.

Baxter poco a poco va teniendo un despertar, mismo que se basa en lo intelectual y lo sexual, para comprender la dura realidad del mundo que la rodea. Además, Bella es rodeada de una gran cantidad de varones que representan el gran espectro de las actitudes masculinas, en su mayoría tóxicas o indiferentes como el infame Duncan Weddersburn (Mark Ruffalo), un macho mujeriego que se jacta de conquistar a quien desea para divertirse con ella y después botarla como si nada, o Rami Yousef como el aprendiz del Dr. Godwin, Max McCandles que es lo opuesto a Duncan pero que también tiene una idea ortodoxa sobre las relaciones y las mujeres en el mundo.

Curiosamente, la novela narra la historia de nuestra protagonista a partir de los puntos de vista de quienes la conocen, cosa que McNamara, con el amparo de Lanthimos, cambian radicalmente para que sea ella la misma narradora de su historia. El espectador vive, sufre o experimenta todas las cosas que la pequeña Bella enfrenta mientras ve a la par ese crecimiento, esa pérdida de la inocencia que llega hasta la plena adultez en donde el sexo y el intelecto no están peleados entre sí, convirtiéndose en una voz feminista que, para muchos, resultará excesivamente radical o extremadamente sexualizada. Pero eso no evita que ella resulte ser la criatura más empática de su peculiar mundo. 

Hablando de ello, cabe destacar el gran diseño de producción que envuelve el universo de estas Pobres criaturas, creado por Shona Heth y James Price, mismo que recuerda un poco a aquellas creaciones curiosas de Michel Gondry en Amor indigo (2013) o La ciencia del sueño (2006) pero con tintes influenciados en gran manera por el modernismo que le dan un sentido de hiperrealidad al panorama, complementados con la gran fotografía de Robbie Ryan, entregando una experiencia visual que te sumerge en la exploración del mundo y el despertar de la misma Bella, incluso yendo de un blanco y negro inicial hasta el despertar de Bella donde el color explota con colores vívidos, siendo el azul uno de los primordiales. Además, alimenta por momentos el recurso narrativo a través del ‘ojo de pez’ que ambos exploraron en la filmación de La favorita (2018), ofreciendo nuevamente esa sensación de ser un mirón observador de la vida y empoderamiento eventual de esta dama extrovertida que cuestiona y provoca a la doble moral de la sociedad. 

Mucho de lo que logra la narrativa de McNamara y Lanthimos depende enteramente del gran trabajo de Emma Stone, quien traspasa cualquier tipo de barrera en un papel que jamás le hemos visto hacer. Desde el primer vistazo que tenemos de ella hasta el desenlace en donde se consagra como toda una mujer hecha a sí misma, Stone captura la inocencia de un infante, la curiosidad de una adolescente hasta la madurez de una persona adulta, esto a través de gestos, bailes, su forma de caminar y de hablar, ofreciendo un viaje de transformación donde la vemos salir de un pequeño capullo hacia el duro mundo exterior, acompañada de una voracidad por saber y experimentar en la que se aferra a cada oportunidad para conseguirlo.

Este viaje de Bella es complementado también por una gran partitura de Jerskin Fendrix, primera en su haber, misma que ofrece momentos eclécticos a través de una desafinada e inquita melodía de cuatro notas que capta el sonido de cuerdas de violín desolladas que le dan profundidad a esta excéntrica travesía que va transformándose incluso al lado de ella, de lo desordenado y desgarbado hacia algo más sofisticado e intrincado, siendo un espejo del aprendizaje que tiene nuestra protagonista. 

Conclusión

Pobres criaturas se alza como una revisión al Prometeo Moderno que rompe con muchas de sus convenciones y las lleva por otro camino de la mano de la obra original, ofreciéndole a Lanthimos y Stone el perfecto jardín de niños para una dupla que exhala confianza en sus proyectos, que está dispuesta a todo con tal de asombrar al público con una odisea que podrá incomodar a muchos, ser incorrecta para otros, pero que no deja de ser una oda a la liberación de la mujer y el autodescubrimiento donde la degradación, el horror y la tristeza son abrazados por ambos artistas en un intenso relato de humor ácido que transforma la locura en un mensaje claro de empoderamiento femenino mediante el sexo y el conocimiento del cual Shelley estaría probablemente orgullosa.

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