Licorice Pizza – Reseña

La juvenil y refrescante obra de Paul Thomas Anderson

Pocos directores logran expectación apenas anunciado su nuevo proyecto, ya sea por un estilo magnético, elencos que equilibran la fama absoluta con nuevos nombres para el mercado o por premisas que resultan transgresoras para el exceso de repeticiones de un producto del pasado tales como Quentin Tarantino, Martin Scorsese, Bong Joon-ho, Ridley Scott, Wes Anderson o Guillermo del Toro.

A esta lista se une Paul Thomas Anderson, director que no desentona en su proyecto más accesible pero no por eso menos espectacular, entregando una cinta de gran calidad que sin duda quedará en un lugar especial en el espectador.

Licorice Pizza cuenta la historia de Alana Kane y Gary Valentine mientras crecen, corren y se enamoran en el Valle de San Fernando, durante 1973.

En su primera película de la tercera década del siglo XXI, Anderson mantiene interesante, fresco y atractiva la estética de 1970, retomando a la vez que actualizando la limpieza que demostró con la aclamada Boogie Nights, también situada en esa misma época, quitando bastante crudeza de la película protagonizada por Mark Wahlberg pero manteniendo un nivel narrativo poderoso, un tanto irreverente y con críticas bien ilustradas en empaque de comedia romántica.

Sin alejarse del Valle de San Fernando, el cineasta expande la ciudad ofreciendo una cara más inocente, en la que pueden convivir los problemas políticos, los obstáculos sociales (homofobia, brutalidad policiaca o estigmas por la religión) con ese optimismo movido por el enamoramiento, la juventud que busca comerse al mundo o hasta esos sueños que suelen chocar con múltiples bofetadas de la vida. 

Está dualidad es llevada de manera ágil por un excelente guión de Paul Thomas, una selección-composición musical bien confeccionada por Jonny Greenwood y una magnífica fotografía a cargo de la dupla Paul Thomas Anderson-Michael Bauman.

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En el apartado musical, la selección de canciones de artistas como Nina Simone, David Bowie, Chuck Berry, Wings o Chris Norman encaja a la perfección con cada una de las secuencias en las que están insertadas, transmitiendo con efectividad el enamoramiento, la decepción, los juegos de la juventud o hasta el crecimiento.

En lo visual, el colorido del pueblo californiano, los distintos negocios que emprende el carismático Gary Valentine o los vestuarios tan diversos y glamourosos componen un auténtico agasajo, manteniendo el estándar alto dejado por Magnolia, The Master o Inherent Vice.

Todo lo anterior no podría brillar a plenitud sin una gran selección e increíble labor de un casting brillantemente seleccionado, balance perfecto entre nuevos nombres con potencial y otras figuras de renombre. Por el lado de los primeros, destacan Alana Haim que con su carácter directo pero cierta indecisión le dan una gran dimensión a su personaje, generando una buena química con Cooper Hoffman, quien interpreta de manera espléndida a Gary Valentine, un carismático, pasional y audaz jóven emprendedor.

Del lado de los nombres conocidos, resultan en breves pero geniales intervenciones, entre las que se incluyen Sean Penn, Tom Waits, Bradley Cooper, Maya Rudolph, George Dicaprio o Ben Safdie, por mencionar algunos. A través de estos secundarios e incidentales, diversas críticas a los problemas sociales ya mencionados son presentados con una inteligente mezcla de humor con drama que ayudan a mantener interesante el relato.

Quizá como punto débil, por momentos se cae el ritmo y las anécdotas que aunque ayudan a construir la evolución de los principales en la superficie se sienten inconexas o absurdas si es que no se ha conectado con la cinta.

Conclusión

Licorice Pizza se posiciona como el punto más liviano de Paul Thomas Anderson, ideal para entrar de lleno en su filmografía pero no por ello de menor calidad que sus otras películas. En un medio en el que los remakes, reboots secuelas abundan, esta historia ubicada en un caluroso verano es, irónicamente, una bocanada de aire fresco para todo tipo de espectador.

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