El cuervo – Reseña

Un cuervo al que le cortaron las alas

En 1994 el director Alex Proyas realizaba una memorable ópera prima que pasó del estatus de culto hacia algo mucho más memorable en la historia de las adaptaciones de cómics. Tomando como base lo hecho por James O’Barr, El cuervo sorprendería a una generación con su estética dark, una banda sonora icónica con bandas como Nine Inch Nails o The Cure y la última actuación del hijo del artemarcialista Bruce Lee, Brandon Lee, quien moriría por un trágico accidente en la filmación donde recibió un disparo en el abdómen de forma letal. 

Si bien se intentó repetir el éxito que tuvo esta primera entrega de la obra homónima de O’Barr, jamás lo logró. Teniendo tres secuelas, una de ellas directo a video que es infame, y una serie de televisión con Mark Dacascos que duró solamente una temporada, Erci Draven y su venganza pasaron a ser relegadas por mucho tiempo… hasta que Hollywood apegó a la nostalgia para revivir al personaje una vez más con una producción conflictiva que cambió de directores, actores y visiones hasta llegar a las manos de Rupert Sanders (Blanca Nieves y el Cazador, 2012). 

Rupert, en lo que es su tercera cinta como director, el actor elegido para quedarse con el duro papel del vengador vestido de negro cayó en manos de Bill Skarsgard (Pennywise en el nuevo díptico de It), quien con un corte de cabello peculiar y una figura que remite al Guasón de Jared Leto (Escuadrón suicida, 2016), busca generar impacto en una nueva generación con este anti héroe que, lamentablemente, no levanta vuelo en esta reinvención que tropieza en prácticamente todos los aspectos. 

Aunque la historia de este Cuervo sigue basándose en Eric Draven (Skarsgard) y su venganza, el guion de Zach Baylin (Gran Turismo, Bob Marley: La Leyenda) y William Schneider cambia por completo la motivación del protagonista conforme a lo planteado por O’Barr en el cómic o la osadía de Proyas al enfocarse en la venganza y la pérdida del amante justiciero. Aquí, es el amor y un romance bastante insípido y mal desarrollado lo que concibe el origen de la violencia desmedida disfrazada de venganza.

Sanders y compañía, en su afán de actualizar la historia del cómic, buscan crear un pasado detrás de Draven y su encuentro con Shelly (FKA Twigs), tratando de crear una química entre ambos que jamás se percibe y que da trompicones severos durante al menos una tercera parte del filme, misma que peca de tener un ritmo cansino que alarga demasiado su planteamiento con cosas absurdas como un centro de desintoxicación donde todos visten de rosa o un villano demoníaco (Danny Huston) sacado de la manga para tratar de capturar la atención o interés de la audiencia sin lograrlo.

La estética del filme tampoco ayuda a la causa de este vengador enamorado. Si bien en la tira cómica y en la cinta de Proyas se percibía a la ciudad como un entorno viciado y una urbe corroída por el mal que se escondía en sus más oscuras entrañas, en esta reinvención jamás se aprovecha ese factor. Ni las calles ni los edificios derruídos aparecen para demostrar esa corrupción e injusticia inherentes al material original. En cambio, tenemos escenarios más pulcro, como un tipo inframundo que es una parada de trenes en las que un guía ofrece consejo a Eric para llevar a cabo su misión, otro añadido sin sentido que solo aletarga una narrativa que era bastante sencilla.

La música tampoco funciona del todo, pues ni las composiciones originales del ganador del Óscar Volker Bertelmann (Sin novedad en el frente) ni la elección de canciones que incluyen a Enya en el mismo logra darle un sentido o notoriedad al excesivo drama y la pobre acción del filme. Claro, se agradece la inclusión de un tema de Joy Division, Disorder, o que al menos el trailer del fallido filme tuviera espacio para Post Malone y Ozzy Osbourne con Take What you Want, pero de nada sirve cuando el mood gótico rockero jamás se percibe en una cinta que a todas luces se siente como un romance cursi de Hallmark.

En cuanto a las actuaciones, queda claro que Bill Skarsgard no es Brandon Lee, pero no es del todo su culpa. En su defensa, no ha habido otro actor que encarne al Cuervo como lo hizo él. Además, Bill intenta darle ese toque oscuro tan característico de la esencia original del personaje, pero es difícil cuando tu propio guion se empeña en meterte el pie para hacerlo. Tristemente, este Eric Draven casi raya en el patetismo debido a su mal planteamiento y desarrollo. Ni qué decir de la artista FKA Twigs, a quien el manto de Shelly le queda grandísimo mostrando una incapacidad actoral en cada escena romántica o dramática co. Su enamorado que da pena.

Otro que sale perdiendo es Danny Huston y su villano injustificado el cual no tiene ni se comprende del todo sus motivaciones. Y es aquí donde volvemos a aquello que evita que esta versión del Cuervo sea medianamente entretenida o interesante: la historia. Si bien O’Barr planteó esta venganza violenta, la representación de los estragos y destrucción que crea Draven a su paso es la ira derivada del dolor de la pérdida más no del amor. Su naturaleza es buscar justicia en un lugar donde no existe. Aquí, el poder del amor lo puede todo, hasta convertirlo en el “héroe” que es capaz de ir a una ópera a matar a todos sin que nadie se dé cuenta.

Este sin sentido se repite constantemente, pecando de algo que, en cualquier tipo de adaptación, jamás te puedes permitir: traicionar la esencia de la obra original. Sanders tampoco sabe darle un ritmo adecuado y pierde el tiempo dando explicaciones innecesarias que no obedecen a lo que es el personaje y ni qué decir de las escenas de acción, mismas que podrán colgarse del título de “oscuras” o “violentas”, pero que carecen de impacto en su propia narrativa, repitiendo en ese sentido lo que le pasó a Mignola y Marshall con el remake de Hellboy con David Harbour.

Tráiler oficial de la película de El cuervo / Imagem Filmes

Conclusión

A este Cuervo le cortan las alas muy rápido, impidiendo demostrar la fortaleza de su historia, queriendo hacer algo más complejo de un relato sencillo al bañarlo de una pretenciosidad sería que Eric Draven y compañía no necesitan. Y así, este intento por revivir lo hecho hace tres décadas cae estrepitosamente para hundirse a seis pies bajo tierra en un cementerio del olvido donde ni una parvada de aves negras podrán desenterrar del olvido a esta pobre cinta sin alma, sin identidad y que es todo menos él.

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